sábado, 25 de abril de 2009

Compartimos un link hacia un artículo del diario La Nación publicado en el aniversario del Día de la Tierra

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1120755&high=gaia

martes, 21 de abril de 2009

Cómo vivo la naturaleza


Personalmente nací y me crié en una ciudad de la provincia de Buenos Aires, llamada Necochea que pertenece a la costa atlántica, es una cuidad con muchos espacios verdes tiene bosque con mucha especies de árboles, plaza,  playas y rió y otros espacios verdes que se puede contemplar la creación de dios en la naturaleza.

Lo que la  caracteriza es que en los cambios de estaciones del año cada una se hace marcar con lo que cada estación es: en el verano hace calos pero el viento que hay es impresionante porque puede estar lindo con un día de playa radiante pero de golpe se armo una tormenta con vientos fuertes y se puso a llover eso dura generalmente 10 minutos y al rato devuelta día de playa, en el otoño es lindo ver las hojas de los árboles caerse ir caminando por las calles ir pisando los colchones de hojas que se producen y como se ponen de distintos colores las hojas de los plantas , el invierno es duro llueve casi todo el invierno hace mucho frió uno ve como la cuidad se pone como desierta ,en cambio la primavera es como se produce un cambio en la gentes todos están contentos es muy lindo ver el amanecer a los pie del mar se siente y huele el aroma puro del mar .          

Pero cuando yo vivía en mi ciudad de chico y hasta lo 18 años sinceramente no me di cuenta lo que es la naturaleza, para mi un especio verde como una plaza, mar o rió era algo que no me llamaba la atención para nada en mi vida y mucho menos me detenía a pensar y contemplar sobre como yo vivía la naturaleza.

En el año 20007-2008 estuve viviendo casi un año fuera de mi país,  en Chile y al poco tiempo de llegar a ese país viví una experiencia que me marco en el año que estuve en ese país y hasta la realidad me sigue marcando, tuve el regalo de poder estar en una comunidad mapuche que vive de la naturaleza, es decir que todo el año tienen que trabajar la tierra para poder subsistir en todos los sentidos comida, vivienda, artesanías, etc.  Por ejemplo no tienen agua corriente como nosotros ellos tiene que caminar dos o tres kilómetros para poder conseguir el agua para toda la jornada y al otro día tienen que hacer lo mismo. Pero lo que para mi fue una enseñanza que ellos viven de la naturaleza y la respectan como se debe.

Esto en mi vida con la naturaleza produjo un cambio le pido al Señor que me regale la gracia de respetar la naturaleza como se bebe a ejemplo de esta comunidad mapuches eso  me sirvió para agradecer lo pude experimentar cuando vivía en mi ciudad.

Carlos Andrés Espende

lunes, 13 de abril de 2009

Ella y yo


Durante mi infancia conocí a alguien con quien comencé a tener una relación de amistad, aunque en ese momento no me había dado cuenta de cuan íntima podía llegar a ser. Recuerdo que solíamos jugar juntos: desde subir a la copa de un árbol y ver cómo el sol se escondía en el horizonte, hasta jugar a las escondidas entre los pastizales y arbustos. Sinceramente disfrutaba mucho de su compañía. Ella me mostraba lo majestuoso que eran el sol, la luna y las estrellas. Pero, cada vez que le preguntaba cómo hacían las estrellas para quedarse suspendidas en el aire y no caerse al suelo, no me contestaba nada. Ella siempre permanecía callada, pero su silencio me enseñaba muchas cosas. A veces solía mostrarme el trabajo que realizaban las pequeñas hormigas, cómo lograban mantener un orden y una constancia en sus labores y como recorrían largos caminos cargando lo que luego les serviría como sustento para su comunidad. También me hacia contemplar cómo los pájaros desplegando sus alas al viento, iban de un lugar a otro con total libertad. Pero lo que más me sorprendía de ellos, era cómo fabricaban sus nidos, especialmente los horneros ¿Cómo lo hacían? Otras de las cosas que compartíamos juntos era caminar bajo los árboles en busca de miel, enfrentándome con el peligro que significaba ser picado por las abejas y avispas, pero cuando uno es niño no reconoce realmente el peligro en el que se encuentra. Tal vez sea por  la curiosidad que me daba saber si había miel o no dentro del panal. El peligro era que podía ser picado por las avispas, de hecho varias veces sufrí picaduras. A ella no parecía importarle que yo destruyera el hogar de esos pequeños insectos, ya que nunca me decía nada, siempre estaba en silencio. Una vez ocurrió que durante una semana se desato un fuerte temporal, era tanta la cantidad de agua que caía y los rayos y truenos que fue imposible salir a jugar con ella. Estuve toda una semana encerrado sin saber que hacer hasta que un día por fin se fueron las nubes  y pude salir de casa. Recuerdo que junto al árbol que solía subirme se formó un charco de agua, que para mi  parecía una gran laguna. En ese momento sentí como ella me invitaba a jugar, así que me puse un pantalón corto, me saque la remera y me tire al agua como si fuera una pileta.  Hablando de lagunas  muy cerca de casa, serian unas cinco o seis cuadras no recuerdo bien, existía una laguna en donde solía pescar pescaditos de colores y también aprovechaba para cazar ranitas, pero al poco tiempo se morían. Recuerdo que solía poner a  los pescaditos en una jarra con agua y a las ranitas las ponía en una caja de zapatillas. Otras de las cosas que hacía era correr a los conejos y  a las liebres, atravesando  todo el campo detrás de ellos sin poderlos alcanzar. Recuerdo que mientras corría  una suave brisa chocaba suavemente sobre mi rostro y me producía una sensación única, agradable, era como si recargara energía. Eran tiempos felices para mí, solía pasar horas y horas junto a ella y jamás me aburría.  Pero una de las experiencias más hermosa que tuve con ella fue: cuando me enseño de que manera podía ayudarla. Hasta ese momento ella me había acompañado en mis aventuras, en silencio, pero siempre fiel a nuestra amistad, sin ninguna queja, ni reproches. Me enseño  a trabajar la tierra, el estar en contacto directo con ella, el ensuciarme las manos, el plantar una semilla, regarla, cuidarla todos los días hasta que se convirtiese en una planta y luego esa planta se convirtiese en un gran árbol.

Ahora bien, ha pasado mucho tiempo y ya no soy un niño, sino que soy una persona adulta. Se que  me he distanciado un poco de ella, pero por dentro la siento como si nunca nos hubiésemos separados. Hoy al contemplar el sol y los demás astros me hacen verme a mi mismo y darme cuenta de que soy como una pequeña semilla frágil e indefensa, pero llena de vida. Aunque sé también que esa semilla se convertirá en un árbol y una vez que haya cumplido su ciclo perecerá y le dejará el lugar a otra semilla. El haber apreciado en su momento  a las hormigas me ayudaron a poder organizarme, a ser responsable de mis labores y a ser constante en ellas, a pesar de las dificultades que pudiesen aparecer en el camino. La experiencia con los pájaros me ha hecho ver que yo también soy libre y que  nada ni nadie puede cortarme las alas de mi libertad, ni siquiera enjaular mis sueños. También observando al hornero construir su hogar me enseño a que yo también puedo hacerlo con los elementos que ella me pone al alcance de mis manos. Mi experiencia con las abejas y avispas tal vez me hicieron reflexionar en que uno debe ser más prudente y pensar antes de actuar. El haber jugado con el agua me produjo alegría, pero también preocupación. Antes no me fijaba y ni siquiera pensaba en que en algunas partes del mundo escasea el  agua, que deben recorrer kilómetros para poder beber un poco de agua y mantenerse vivos. Hoy trato de no derrocharla tanto, ya que es vital para la vida de todos los seres de la tierra y para que ella siga con vida. Con los pescaditos y las ranitas que se me murieron me hicieron sentir culpable y colaborador con la extinción de muchas especies. El correr por el campo a las liebres y a los conejos me trajo a la memoria el grato  recuerdo de lo que era respirar aire puro, hoy contaminado por el progresó del cual yo formo parte. El haber aprendido a trabajar la tierra, me dio la posibilidad de contemplar y admirar a quien yo considero la amiga más fiel que he tenido, dispuesta a darme todo lo que necesito para vivir.


. Ella es el cielo.
ella es el mar.
ella le da
el sentido a mi vida...
[1]

No sé que más pueda decir sobre mi relación con ella, quizás más que decir es poner en práctica todo lo que ella me ha enseñado para poder devolverle de alguna forma todo lo ella me dio a lo largo de mi existencia. Seguramente no siempre cuidaré de ella, pero estoy convencido de que a pesar de mi ingratitud, ella siempre estará a mi lado.


[1] Rata blanca, Rata blanca VII, Ella, Buenos Aires, 1997. 

Pedro Valentin Valdez


domingo, 5 de abril de 2009


“…y sopló en su nariz un aliento de vida” (Gn. 2,7)

 

Gustaría más si lograra expresar, al menos en alguna medida, la relación que la Naturaleza por pura gratuidad materna estableció conmigo antes de que yo tuviera conocimiento estético de alguna realidad. Y esto no quiere decir que no haya hecho poco por relacionarme enérgicamente con ella, pero se hace tan grande la desproporción que no logro conectar, pensar, sino desde la pasividad de la admiración.

Percibo esta relación como un movimiento que recayó sobre mí. Es la sensación de tener guardado en algún rincón de mi nariz la memoria del soplo genital que me engendró.

Comprendo que ser criatura me hace cercano a las plantas, a los animales, a los seres que crecen y a los entes que pareciera yacen inertes desde que existieron, como las rocas que forman montañas o los astros que adornan la intemperie. Cercano a los verdes indescifrables o a los rojos descarnados. También al barroco concierto de los crepitares otoñales y a los más agudos acordes del ave solitaria.

Es más, muchas veces puedo llegar a confundir las hebras de las hojas con las líneas de mis manos; o el jugo de las frutas con el color de los ojos. 

En efecto, la metáfora es la única que alcanza para descifrar que en mí también están los ríos de la infancia,

las montañas y el valle,

la notable cadencia de colores de cualquier otoño del far west argentino,

la catarata de pensamientos que bulle cada vez que despierto después de la noche,

la luna que me alumbró cuando fue 9 veces llena y también cuando caminé por calles apagadas.

El sol combinó tantas veces sus reflejos que nunca fue igual en el tiempo ni en los espacios, por eso no me canso de la fotografía que borra tales coordenadas creándolas nuevo.

La tormenta y la lluvia fresca forjaron mi carácter y los truenos que suceden a los relámpagos me anticipan el desastre que regará la tierra.

Unas veces soy contado por las aguas y otras por los vientos con polvo. Pero la sensación de ser narrado por las estaciones de los años, no se compara con nada. Por eso muchas veces he percibido que el gusto del pasto primaveral sabe a verduras y el del invierno a guadal. He notado que las lombrices crearon el conducto, que las hojas y la tierra dieron forma a los vientos. Soy consciente que la comunicación del ecosistema es la más envidiable de las creaciones poéticas a la que nadie tuvo acceso sino por el silencio de las horas. Vi que romper esa transmisión perfecta equivale a un día de verano sin sombrero o a la sucesión rutinaria de unos cuantos whiskys antes del trabajo. Comprendo que la altura de los árboles contrasta con mi metro sesenta y seis, y que el plan de las hormigas me educa la responsabilidad ante las cosas. También, asistí con asombro a la ironía de un gusano y disfruté con espasmo la realeza del león.

Una vez quedé resentido por el aguijón de una abeja y disentí con Autor, pero la baba de un aloe aquietó mi desconcierto y adormeció las molestias. Así fue que intuí mi pequeñez: dándome cuenta que en esta bizarra armonía era uno de tantos.

En varios momentos vi la muerte y el desastre, y decreté el luto a mis sentidos, para la que tristeza de algún cielo no me perforara el alma o siguiera agrietando mi barro.

Y aunque aún tengo escondida, vaya a saber uno en qué rincón de mi nariz, la certeza de hacerme un todo con la tierra y con el cielo, recibo con amable gratitud la luz del nuevo día.

Emmanuel Sicre