lunes, 13 de abril de 2009

Ella y yo


Durante mi infancia conocí a alguien con quien comencé a tener una relación de amistad, aunque en ese momento no me había dado cuenta de cuan íntima podía llegar a ser. Recuerdo que solíamos jugar juntos: desde subir a la copa de un árbol y ver cómo el sol se escondía en el horizonte, hasta jugar a las escondidas entre los pastizales y arbustos. Sinceramente disfrutaba mucho de su compañía. Ella me mostraba lo majestuoso que eran el sol, la luna y las estrellas. Pero, cada vez que le preguntaba cómo hacían las estrellas para quedarse suspendidas en el aire y no caerse al suelo, no me contestaba nada. Ella siempre permanecía callada, pero su silencio me enseñaba muchas cosas. A veces solía mostrarme el trabajo que realizaban las pequeñas hormigas, cómo lograban mantener un orden y una constancia en sus labores y como recorrían largos caminos cargando lo que luego les serviría como sustento para su comunidad. También me hacia contemplar cómo los pájaros desplegando sus alas al viento, iban de un lugar a otro con total libertad. Pero lo que más me sorprendía de ellos, era cómo fabricaban sus nidos, especialmente los horneros ¿Cómo lo hacían? Otras de las cosas que compartíamos juntos era caminar bajo los árboles en busca de miel, enfrentándome con el peligro que significaba ser picado por las abejas y avispas, pero cuando uno es niño no reconoce realmente el peligro en el que se encuentra. Tal vez sea por  la curiosidad que me daba saber si había miel o no dentro del panal. El peligro era que podía ser picado por las avispas, de hecho varias veces sufrí picaduras. A ella no parecía importarle que yo destruyera el hogar de esos pequeños insectos, ya que nunca me decía nada, siempre estaba en silencio. Una vez ocurrió que durante una semana se desato un fuerte temporal, era tanta la cantidad de agua que caía y los rayos y truenos que fue imposible salir a jugar con ella. Estuve toda una semana encerrado sin saber que hacer hasta que un día por fin se fueron las nubes  y pude salir de casa. Recuerdo que junto al árbol que solía subirme se formó un charco de agua, que para mi  parecía una gran laguna. En ese momento sentí como ella me invitaba a jugar, así que me puse un pantalón corto, me saque la remera y me tire al agua como si fuera una pileta.  Hablando de lagunas  muy cerca de casa, serian unas cinco o seis cuadras no recuerdo bien, existía una laguna en donde solía pescar pescaditos de colores y también aprovechaba para cazar ranitas, pero al poco tiempo se morían. Recuerdo que solía poner a  los pescaditos en una jarra con agua y a las ranitas las ponía en una caja de zapatillas. Otras de las cosas que hacía era correr a los conejos y  a las liebres, atravesando  todo el campo detrás de ellos sin poderlos alcanzar. Recuerdo que mientras corría  una suave brisa chocaba suavemente sobre mi rostro y me producía una sensación única, agradable, era como si recargara energía. Eran tiempos felices para mí, solía pasar horas y horas junto a ella y jamás me aburría.  Pero una de las experiencias más hermosa que tuve con ella fue: cuando me enseño de que manera podía ayudarla. Hasta ese momento ella me había acompañado en mis aventuras, en silencio, pero siempre fiel a nuestra amistad, sin ninguna queja, ni reproches. Me enseño  a trabajar la tierra, el estar en contacto directo con ella, el ensuciarme las manos, el plantar una semilla, regarla, cuidarla todos los días hasta que se convirtiese en una planta y luego esa planta se convirtiese en un gran árbol.

Ahora bien, ha pasado mucho tiempo y ya no soy un niño, sino que soy una persona adulta. Se que  me he distanciado un poco de ella, pero por dentro la siento como si nunca nos hubiésemos separados. Hoy al contemplar el sol y los demás astros me hacen verme a mi mismo y darme cuenta de que soy como una pequeña semilla frágil e indefensa, pero llena de vida. Aunque sé también que esa semilla se convertirá en un árbol y una vez que haya cumplido su ciclo perecerá y le dejará el lugar a otra semilla. El haber apreciado en su momento  a las hormigas me ayudaron a poder organizarme, a ser responsable de mis labores y a ser constante en ellas, a pesar de las dificultades que pudiesen aparecer en el camino. La experiencia con los pájaros me ha hecho ver que yo también soy libre y que  nada ni nadie puede cortarme las alas de mi libertad, ni siquiera enjaular mis sueños. También observando al hornero construir su hogar me enseño a que yo también puedo hacerlo con los elementos que ella me pone al alcance de mis manos. Mi experiencia con las abejas y avispas tal vez me hicieron reflexionar en que uno debe ser más prudente y pensar antes de actuar. El haber jugado con el agua me produjo alegría, pero también preocupación. Antes no me fijaba y ni siquiera pensaba en que en algunas partes del mundo escasea el  agua, que deben recorrer kilómetros para poder beber un poco de agua y mantenerse vivos. Hoy trato de no derrocharla tanto, ya que es vital para la vida de todos los seres de la tierra y para que ella siga con vida. Con los pescaditos y las ranitas que se me murieron me hicieron sentir culpable y colaborador con la extinción de muchas especies. El correr por el campo a las liebres y a los conejos me trajo a la memoria el grato  recuerdo de lo que era respirar aire puro, hoy contaminado por el progresó del cual yo formo parte. El haber aprendido a trabajar la tierra, me dio la posibilidad de contemplar y admirar a quien yo considero la amiga más fiel que he tenido, dispuesta a darme todo lo que necesito para vivir.


. Ella es el cielo.
ella es el mar.
ella le da
el sentido a mi vida...
[1]

No sé que más pueda decir sobre mi relación con ella, quizás más que decir es poner en práctica todo lo que ella me ha enseñado para poder devolverle de alguna forma todo lo ella me dio a lo largo de mi existencia. Seguramente no siempre cuidaré de ella, pero estoy convencido de que a pesar de mi ingratitud, ella siempre estará a mi lado.


[1] Rata blanca, Rata blanca VII, Ella, Buenos Aires, 1997. 

Pedro Valentin Valdez


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