viernes, 27 de marzo de 2009

Amor y tarea pendiente


Cuando nombro la palabra naturaleza lo primero que me viene a la mente es árboles, plantas, flores, el verde, que siempre han estado presentes en mi vida, y que mi familia ha intentado siempre inculcarme amor por ello,  pero que aún, por lo menos así lo siento, me falta descubrir algo más.

Desde niña, por más que ya he dicho que  siempre ha estado presente, puedo decir que me ha costado relacionarme con ella, es más casi no tengo recuerdo de relacionarme con la naturaleza, en su totalidad. Pero si puedo asegurar que tengo una relación especial, recuerdos, hermosos recuerdos con una parte de ella.

He tenido desde siempre una predilección por contemplar, querer penetrar y preguntarme por el cielo.

Cuando era niña, tenía unos 6 o 7 años, vivía en un pueblito en donde se dormía con las puertas abiertas sin miedo a que te roben, o que te pase algo, en las largas y cálidas noche de verano, mi papá, fatigado por el calor, sacaba su catre y se iba a dormir afuera, y yo le pedía que me dejara dormir ahí  con el, pero su respuesta era negativa porque a la madrugada comenzaba a tener miedo y no lo dejaba dormir, entonces yo me quedaba sentada a su lado y contemplaba el cielo, contaba las estrellas, ya que mi mamá me decía que eran sin cuenta y yo no entendía, siempre contaba un poco más…estiraba la mano, agarraba alguna estrella  y me la guardaba.

Al otro año, tanto insistí que mi papá me dejó dormir afuera con él, recuerdo que pasaba horas para que me durmiera, me quedaba mirando, contemplando y preguntándome ¿Dónde termina el cielo?

Al pasar los años, seguí haciendo lo mismo, lo miraba, lo  contemplaba,  pero advertía que cuando hablaban de los árboles, plantas, flores noté que no eran de mi agrado.

Ya adolescente en verano, invierno, en toda estación levantaba la vista y observara este espectáculo, para mí “un gran misterio”; con un grupo de amigos, solíamos ir a una comuna, que es un pueblito muy pequeño que estaba a unos 20km, llevábamos el mate y ahí pasábamos horas en medio, justamente de los árboles, ese lugar parecía un bosque, nos recostábamos sobre el pasto y: primero buscábamos o tratábamos de descubrir las formas que tenían las nubes y luego ya de noche, solo contemplábamos el brillar de las estrellas, cada uno tenia una estrella preferida, le poníamos nombres y luego en silencio solo mirábamos.

Con el grupo de la parroquia solíamos ir de campamento a un lugar hermoso, cierras, ríos, llamado Alpa Corral, era un sueño, también íbamos de misión a distintos pueblos del decanato, hacíamos retiros, pero en las noches, cuando nos daban algún momento libre, siempre hacíamos lo mismo, me retiraba sola o con amigos y contemplaba el hermoso cielo, a veces muy oscuro, otras  de un color azul hermoso, rojizo, un cielo que parecía enojado con  nubes grises, lo miraba encantada y me preguntaba ¿Cuántas personas como yo te contemplaran?.

Los años pasaron y hasta que entré en la congregación no había notado tanto desinterés, desencanto por la otra parte de la naturaleza. En el primer lugar en donde me toco estar, era hermoso, muchos árboles, verde por todas parte, todo era armonía, en medio de la ciudad, pero sufría cuando, aspirante, me mandaban a regar las plantas, podar…estar en contacto con la tierra, decían: “hace bien, hace muy bien”, y veía el gusto, la alegría que tenían mis hermanas al trabajar en el jardín, limpiaban hoja por hoja de las plantas para que crecieran hermosas, pero también me daba cuenta del disgusto que me causaba a mi, es ahí cuando volví a preguntarme ¿que era lo que me pasaba con esta otra parte de la naturaleza?, lo llevaba a la oración y le pedía a mi Señor que me revelara porque no podía relacionarme con ella.

Ya conciente o por lo menos un poco, de quien era su creador, del amor derramado en ese lugar, comencé buscar relacionarme con ella.

Para lograr esto he adoptado la costumbre de en donde esté, de detenerme y mirar y pensar en quien ha creado cada árbol, cada flor, es la forma por la que he empezado, poco a poco, a hacerla parte de mi.

He pasado por varias comunidades y siempre he hecho lo mismo, a la noche auque sea un ratito, salía a mirar el cielo, hoy día agradeciendo, recordando, rezando, alabando, y cada ves que lo miro lo encuentro más bello.

            El tiempo de contemplar los hermosos cielos, el misterio que ha significado para mi, los cuestionamiento que me han surgido y todas las experiencias que he tenido con el, hacen que mi corazón esté totalmente agradecido  con quien ha tenido la capacidad de crear algo tan hermoso,  hoy al mirarlo me doy cuenta que ahí hay amor para mi, al contemplarlo yo experimento amor.

Puedo decir que con la otra parte de la naturaleza, poco a poco, voy descubriéndola, relacionándome, pero sigue siendo, para mi,  una tarea pendiente.

Verónica Marchisio

 

 

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