viernes, 27 de marzo de 2009

Mi relación con la naturaleza.



Para mí, la palabra naturaleza me genera el mayor de los respetos. Quizá esto lo fui aprendiendo con los años, ya que en cada etapa de mi vida las montañas, los bosques y los mares me revelaron siempre un mensaje distinto.

A lo largo de mi infancia, naturaleza era sinónimo de diversión. Al ser un chico de ciudad, esperaba ansiosamente los fines de semana en que íbamos al campo de mi tío para correr sin fronteras, trepar a los árboles, construir chozas en el monte y contemplar el cielo perdido en el horizonte. La naturaleza era como una amiga divertida con quien el tiempo se pasaba más rápido. Cualquier excusa era válida para estar con ella. Nunca faltaba la oportunidad para ir con mis vecinos a la pequeña plaza del barrio y sentir el aire de las hamacas, la altura del ombú o el mundo mágico del arenero.

Ya un poco más grande, la naturaleza me mostró un rostro que nunca había percibido. Me cautivó por su majestuosidad. Tuve la oportunidad de viajar en unas vacaciones familiares a Mendoza y conocer la montaña. Me sentí realmente pequeño ante tanta fuerza y ante tanta grandeza. Un respetuoso silencio me surgía al contemplar los abismos infinitos y las laderas mudas cubiertas de nieve. Sentí algo parecido ante la imponencia del mar. Parado frente a lo insondable e inacabado sentía que una presencia me revelaba que soy alguien pequeño, pero de alguna manera muy afortunado.

Fue durante mi adolescencia cuando olvidé  mucho de lo que había compartido con la naturaleza y todo lo que ella me había enseñado. Distraído en otras cosas y ocupado en asuntos que nada tenían que ver con ella, llegué muchas veces a maltratarla. Recuerdo que de niño tenía un libro que me gustaba hojear a cada rato: “50 cosas que los niños pueden hacer para salvar el mundo”. Ahora ya era adolescente y eso no contaba más. No tenía mucho sentido. El libro había quedado escondido en algún rincón de la biblioteca, como también mi atención a lo que lo natural pudiera decirme.

Sin embargo, no todo quedó olvidado. Algún que otro paseo por el campo o las sierras me devolvía los recuerdos de tranquilidad y paz que solía sentir al aire libre. Tener la oportunidad de respirar aires nuevos, limpios me cargaban de una fuerza difícil de describir. Entonces, algo comenzó a llamarme la atención: la constante renovación de la naturaleza. Un tiempo cíclico que en cada momento era el mismo, pero distinto. Una estación seguida a la otra llamando a esperar, a contemplar. Empecé a fijarme en cómo los árboles perdían sus hojas para luego recuperarlas; en cómo las plantas se preparan para la llegada de la flor y darse en alimento y espectáculo a otros, para luego volver a empezar. Fue allí cuando descubrí la paciente espera de la naturaleza. Un mensaje de eternidad cambiante, de aceptación silenciosa.

Más arriba decía que la naturaleza me genera el mayor de los respetos, y esto no sólo por la sabiduría que esconde y me transmite, sino también por la fuerza incontrolable con que muchas veces se manifiesta. ¡Qué contraste entre la fina tela de una araña y la destrucción arrasadora de un huracán! ¡Qué diferencia entre la tranquilidad de una pradera y el rugir brusco de una tormenta marina! Y esas son las dos caras que me sorprenden del mundo natural. Esa fuerza escondida que muchas veces da vida y por otro lado también genera muerte. Pero si hay algo que sorprende de la naturaleza, es la capacidad que tiene la vida de abrirse camino. Aún en los panoramas más desoladores.

Ya de adulto es cuando puedo recolectar todos los mensajes que la naturaleza me brinda. Diversión, majestuosidad, grandeza, pureza, espera, delicadeza y agresividad. Siento que estas son las enseñanzas que me da porque me animé a dialogar con ella Y en cada rincón me habla de una presencia llena de significado y trascendencia. Siento que hay Alguien detrás de ella que quiere enseñarme a vivir con todos los matices que la vida presenta.

Devolvamos a la naturaleza ese mensaje de sabiduría que nos regala, intentado ser hombres que dialogan e intercambian con ella, como alguien a quien debemos muchísimo. Ser coherentes en el cuidado de nuestro planeta es reconocer y agradecer a aquél que nos regala la vida.

 

Matías Yunes sj

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